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Con un seis y un cuatro: Pintando a Franco

Texto publicado en Jot Down en febrero de 2012

Todos los españoles somos, como decía de sí mismo Jardiel, feos, bajitos y verdosos, y debido a ello, complicados de retratar. Solamente iluminados como Goya fueron capaces de sacar de la cara de oler mierda al estilo Victor Mature que tenía Fernando VII en algún brillante retrato, pero con Franco parece que nuestros retratistas fueron incapaces de idealizar a esa especie de vecino de abajo que era el ferrolano, y tampoco creo que fuera peor modelo que Fernando VII. Dejamos fuera de la comparativa a Carlos II por su cara hors catégorie. El pobre era más feo que un trueno.

Entre la biblioteca que me dejó mi padre, llena de clásicos, de libros de historia de Galicia y de coleccionables del ABC, está una Vida de Franco que vino en el Blanco y Negro del periódico de las grapas el año 1985, a los diez años de la muerte del dictador, sobre la que voy a construir estas líneas acerca de los retratos que le hicieron en vida. También me he leído (la hagiografía del ABC solamente la he hojeado) el artículo La construcción de un mito. La imagen de Franco en las artes plásticas en el primer franquismo (1936-1945), que Ángel Llorente Hernández publicó en 2002 en la revista Archivos de la filmoteca: Revista de estudios históricos sobre la imagen. Sobre este tema casi solamente se puede escribir de oídas, ya que ver los retratos en persona debe de ser bastante complicado si tomamos como referencia la experiencia del artista Fernando Sánchez Castillo, quien obsesionado con la iconografía franquista, además de prensar los restos del Azor —espero que sin los paneles pintados por mi héroe Urbano Lugrís dentro—, ha intentado hacer una serie fotográfica sobre las estatuas ecuestres de Franco, consiguiendo solamente permiso para ver una de la docena que hay escondidas por ahí, la que estaba en Barcelona, según decía hace poco en una entrevista en la que presentaba su intervención en el famoso yate. Debe de ser más fácil ver La Natividad con San Francisco y San Lorenzo debajo de la cama del mafioso napolitano que la robó hace ya cincuenta años que cualquier retrato de Franco. 

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