Texto publicado en Jot Down en abril de 2013
Esta tarde volveré al Bernabéu a ver un partido de la Copa de Europa. Mi memoria de berberecho no detecta partidos posteriores en este torneo al Real Madrid – Juve del 86 en el que Butragueño marcó el único gol del partido, aunque debe haberlos. Está claro que recuerdo este partido porque fue la primera vez que pisé el Estadio, en mayúscula. Camacho, Platini, Santillana, Laudrup, Hugo Sánchez… Para qué seguir.
En aquel tiempo los mismos necios que ahora nos reímos del Atlético de Madrid por ganar la Europa League llorábamos de emoción al ganarle al Videoton una Copa de la UEFA. ¡Al Videoton! Ay, aquellos años de la Movida, qué cutrerío de gloria. Borja Casani dice en una de las conversaciones recogidas por José Luis Gallero en Sólo se vive una vez (Árdora, 1991) que la Movida acabó el día del 5-0 que nos metió el Milán (los cursis lobotomizados por la prensa purista que obvien la tilde y pronuncien Milan. Ellos, que llaman “colgueit” al Colgate, son la reserva espiritual de Occidente). No está mal traído, ese partido fue el final de muchas cosas.
Y hoy cuando esté bajando el sol caminaré hacia el campo entre los chalés racionalistas que dibujó Bergamín en El Viso recordando otros míticos momentos futboleros de mi vida, como la Copa de Europa del regate de Redondo en Mánchester, que vi íntegra en el bar Marazul de la plaza del Ángel tomando cerveza y jamón de york cortado con hacha con mi colega Santi; o el recuerdo imborrable de mi padre con su cantinela de “jugando así hay que perder” soltada ya en el minuto tres de cualquier partido del Madrid o del Celta que pusieran por la tele…
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