Texto publicado en SPEND IN en junio de 2014
Martha’s Vineyard ha pasado en los últimos cien años de ser una isla casi completamente dedicada a la caza de ballenas a ser una de las zonas turísticas más exclusivas de Estados Unidos, quizá debido a su equidistancia de dos de los centros de riqueza mayores del mundo, Nueva York y Boston. Y durante ese siglo de evolución en las costumbres del lugar el hotel Harbor View ha permanecido en pie alojando sin descanso a visitantes deseosos de pasar un tiempo agradable en uno de los lugares más bonitos que puedan encontrarse y con unas comodidades como las de su propia casa.
Fundado en 1891, año en el que nace Cole Porter y muere Herman Melville, quizá en los primeros años de vida del hotel pudo pasar unos días en él el mismísimo Queequeg en uno de sus descansos entre cacería y cacería, con su arpón y su cuerpo repleto de tatuajes, que seguro que no extrañaban nada a los empleados del hotel, habituados a los balleneros, al igual que seguro que hoy no les molestan los hipsters tatuados que se pasean con sus pantalones pitillo por los salones de la Gran Dama de Martha’s Vineyard, como es llamado el hotel en la isla. Quizá para el hilo musical del hotel más que Cole Porter, aunque éste también cuadre perfectamente, encaje mejor el músico parisino Michel Legrand con la banda sonora que compuso para Verano del 42, película que se desarrolla en la vecina isla de Nantucket y cuya protagonista, la inolvidable Jennifer O’Neill, se paseaba por las playas mirando al mar, un poco como Jorge Sepúlveda pero sin bigote y con uno de los rostros más bellos de la historia del cine, mientras sonaba de fondo la elegante y dulce melodía compuesta para el filme.
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