Texto publicado en PopMadrid el 20 de enero de 2008
Todo en ”Sospechoso tren de vida” es perfecto, desde las viñetas de Juanjo Sáez que lo adornan hasta la última frase de la última canción ”Vuelven las chicas al probador, cambian sus bragas por bañador”. En clave barcelonesa, Los Carradine completan con su pop-punk el arco que comienza a principio de los ochenta con el mod-punk de Brighton 64 y que continuarían a mediados de los noventa TCR con su tonti-punk de ”Paro, siesta, das de fiesta”, con los que comparten toda la socarronera política que inunda ”Sospechoso tren de vida”, en la que no dejan títere con cabeza, y que también bebe, por supuesto, de grupos tan solventes como Siniestro Total, Violent Femmes o Jonathan Richman & The Modern Lovers.
Quizá en el disco se descubren los veinte años que han pasado desde la fundación del grupo hasta la edición de su primer disco, con pistas como la extensión del éste -16 canciones- o la distancia temporal que parece haber entre algunas canciones del disco, y que lo hace parecer más una recopilación de maquetas, a la manera de las recopilaciones de Terry IV o Los Vegetales, que un disco realizado de una vez. Pero quizá esa sopa de letras que es ”Sospechoso tren de vida” en realidad sea uno de sus máximos valores.
En el disco hay varias canciones definitivas, por lo llamativas que son, en letras y música, y casi todas están al principio del disco, como la que lo abre, Sonad a los Smiths, con su lección de indie para despistados y arribistas ”Sonad a los Smiths mirando al suelo. Clash y Devo son papá y mamá, cinismo de primera necesidad. Los dinosaurios copan las ventas, y dicen los niños que vuelven los ochenta”, o la terriblemente ácida y necesaria El Nobel de la Pau, o la melodía inolvidable de la tercera, Vietnam sentimental, o el mínimo instrumental a lo Who que sigue, que no es más que la intro para la gran obra maestra del disco, Billy Bragg, una especie de versión melancólica de Waiting for the Great Leap Forward, con su ya mítico estribillo ”Que no, que no, que no pasará el gran circo liberal”, y que, con los coros finales, emociona tanto como la canción de Billy Bragg antes nombrada.
Tras semejante comienzo casi es inevitable que, quizá también porque la sorpresa inicial se haya amortiguado algo, el nivel de las canciones baje un poco, y se agrupen a mitad del disco las canciones más prescindibles, como el psychobilly de Los cipreses creen en Dios (pregúnteme cómo), Empleado del mes, Putolíder o Hago aviones, aunque entre ellas estén intercaladas joyas como Siempre hay sitio, cantada con una rabia al alcance de pocos, o No es que fuera mod, quizá la más Siniestro Total de todo el disco, pero también muy TCR, con una historia generacional realmente descacharrante.
Ya cerca del final aparecen dos canciones de esas que parecen de otra época, compuestas en otra ocasión o por otro componente, Satélite y Domingos, mucho más pop que el resto, con rastros sesenteros del estilo de Los Caramelos y con frases antológicas que salvan cualquier canción como ”Tu nave más brilla a la luz de mi ciudad satélite”.
Los Carradine, con ”Sospechoso tren de vida”, sin despeinarse, consiguen reírse de todo bicho viviente con unas canciones tan sobresalientes que casi indigna que no las hayan editado mucho antes.