Texto publicado en SPEND IN en marzo de 2014
En esta década que ya casi mediamos la barba se ha posicionado como los náuticos en los ochenta, los jeans rotos en los noventa o los tatuajes en los noughties, el que no la lleve y además la tenga bien frondosa y arreglada está en fuera de juego por varios metros. Quien no tenga ahora mismo un amigo que parezca un general carlista con su barba de carne y hueso es que no tiene amigos.
Hace algunos años solamente tenían barba los buenrollistas de pantalones de campana y algún elegante democristiano, los primeros desaliñada y los segundos con cada pelo en su lugar. Es evidente que la mano y la partida se la llevaron estos últimos y como consecuencia de su victoria ha sido necesario exhumar de las catacumbas a los barberos, quienes vuelven a recuperar su nombre tras muchos decenios de llamarse peluqueros, para atender la oleada de barbudos que inunda ahora mismo las ciudades. De todas maneras aún quedaban algunos irreductibles, por supuesto en el Reino Unido, donde cualquier cambio se mide en términos geológicos, y varias barberías centenarias como Truefitt & Hill o F. Flittner -o por aquí la famosa El Kinze de Cuchilleros de Madrid- seguían tan tranquilas cuidando las barbas y los bigotes de los británicos…
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