Texto publicado en ÇhøpSuëy el 15 de octubre de 2014
Ramón Gómez de la Serna escribió las mejores biografías que se han escrito nunca en nuestro idioma con su divina verborrea y unas pocas anécdotas de las personas a las que quería homenajear en sus libros. En realidad eran autobiografías simuladas, ya que Ramón hablaba siempre sobre él, un poco como hacemos todos, solo que el madrileño batió el récord del mundo al hacerlo a lo largo de los millones de libros que escribió. Por otro lado, las revistas del corazón más clásicas, como Heart and Lung, Qué me dices!, JAHA o la Maribel que usaba la madre-cloaca de Martín del Castillo como Crítica de la razón pura, se inventan prácticamente todo lo que dicen de las personas que salen en sus páginas; se podrían escribir delirantes biografías de cualquier famoso con datos sacados de ese tipo de publicaciones. Luego, y en el fondo quizá no tan lejanas a las anteriores, están las biografías serias que se marcan tranquilamente capítulos de treinta y siete páginas en los que únicamente se analizan las carcomidas facturas de la leña y de pigmento verde que pagó El Greco en octubre de 1604, encontradas por el autor en un archivo de Benalmádena. En fin, no sabemos nada de nadie; ya lo decía Cristina Lliso: Así que le hablé de mí mientras bailaba, de lo poco que sé de mí.
Con estas excusas de arriba me parece que escribir una biografía de mi vecino Claudino contando solamente tres anécdotas de su vida, en las que además él no es más que un figurante…
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