Texto publicado en SPEND IN en septiembre de 2014
Del pintor bilbaíno Ignacio Goitia podrán decirse infinidad de cosas buenas y también algunas malas pero lo que está claro es que desde pequeño ha sabido lo que quería hacer de mayor, ser pintor y dedicar su vida al arte, “durante los años del colegio ya tenía claro que quería estudiar Bellas Artes, incluso a veces sentía que todo ese tiempo de infancia y adolescencia no era más que un mero trámite para llegar por fin a la universidad donde me dedicaría a estudiar y aprender todo aquello que realmente me apasionara”. Esto es lo que se llama tener vocación.
Y eso hizo sin dudarlo dos veces, pintar, aunque primero cometió los típicos deslices de los artistas contemporáneos y se olvidó de dibujar para trabajar “con distintos soportes, lonas de toldos de colores, planchas de hierro, tablas de madera vieja o telas de lino” haciendo una especie de expresionismo lleno de “brochazos, chorretones y dripping”, que vemos parecido por todos lados en la actualidad, hasta que se cansó “de tanto manchón y chorretón y preferí centrarme en perfeccionar la técnica tradicional, ya que entendí que dominándola tendría más libertad para pintar y dibujar lo que quisiese” y se fue a los orígenes de todo, a Italia, a aprender de los clásicos, esto es, de los pintores de verdad.
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