Texto publicado en PopMadrid el 16 de mayo de 2009
Y llegó el segundo día, tras unas cañas y una comida en una terracita, una siesta, más cañas en casa viendo el tenis, más cañas en el centro y llegada a la Oasis justo para ver a Klaus & Kinski ante muy poca gente con la resaca ya prácticamente olvidada.
Klaus & Kinski me gustaron bastante, sonaron bien, y fueron todo lo simpáticos que se puede ser ante cincuenta personas y el resto por llegar. Casi todos los cuatro o cinco clasicazos que tiene su disco sonaron y ver los mínimos contoneos de la cantante tras el sufrimiento general provocado por la esfinge de Los Punsetes (entre el público viendo a K &K) alivió al personal, que fue entrando en calor.
Pero todo lo que me gustaron K &K quedó olvidado al entrar Los Niños Mutantes, cuyo repertorio casi no conozco, pero que demostraron un pasado, un saber tocar y haber tocado cienes de conciertos. Qué barbaridad. Esa es la gran diferencia entre el primer grupo y Los Niños Mutantes. Rock de toda la vida, manejando el escenario y las posturas con las guitarritas como les daba la gana, me convencieron del todo. Además, tocaron por última vez, según dijeron, la versión de Como yo te amo, de mi adorado Raphael.
Y en esto terminaron, ya todo estaba borroso, muy borroso, y salieron unos tipos en chándal a hacer rap, The Movidas. Ese tipo de rap deslenguado y gracioso, pero que no tiene la más mínima gracia. No les hice mucho caso, por prescripción médica, y del bajón solamente me salvó la pinchada inicial del Batidora DJ. Brillante, deslumbrante como siempre.
Y al día siguiente, temprano, vuelta en tren. Diferentes siestas a lo largo del día. Y el lunes de viaje hasta hoy, que por n voy a pillar la cama y donde ojalá no sueñe con The Movidas.