Texto publicado en ÇhøpSuëy el 7 de enero de 2015
Mi memoria de berberecho hace que no recuerde la causa por la cual comencé a colaborar en el desaparecido y espectacular blog La biblioteca fantasma. Imagino que fue esa indiscreta llamada Twitter la causa, aunque más que la red del pajarraco azul, ésta sería mejor los gustos literarios que comparto con el autor. Alguno de los dos comentaría algo sobre Mauricio Amster, Helios Gómez o alguien por el estilo y tras un intercambio de banderines del tipo Hércules-Botafogo en algún torneo veraniego acabé escribiendo para él de libros, que son de las pocas cosas que me gustan de verdad en este mundo, aunque últimamente esté en una sequía lectora alarmante. Sin mucho que aportar a la temática principal del blog escribí un par de pequeños textos sobre dos de mis manías librescas: El ilustrador Pierre Le-Tan, de quien hablé sobre un libro de dibujos de París con prefacio de Modiano, y Galicia, reseñando en este caso una vieja novela de contrabandistas fronterizos de los años cuarenta, libro del que mi padre me había hablado millares de veces. Escribí un tercer texto sobre un poemario de Foxá, menos personal que los dos primeros, ya intentando escribir de libros y no de mí, pero el blog se cerró cuando mis cuartillas estaban en imprenta y quedaron desde ese día hibernando en Google Drive hasta que la sequía antes mencionada ha terminado extendiéndose de mis ojos a mis dedos y ahora también ando de huelga de bolis caídos.
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