Texto publicado en PopMadrid el 7 de octubre de 2007
Quique González ha vuelto, más moderno que nunca, es decir, más clásico. Con un sonido espectacular, los tres primeros discos de Quique parecen a años luz estilísticamente de este disco nuevo, que, guiado por la omnipresente llama de Wilco, logra presentarnos su mejor colección de canciones.
A pesar de que entre las cuatro primeras canciones hay canciones buenísimas, como Pequeñas monedas y grandes mentiras, o la que canta con Leiva de Pereza (¿quién va a ser el primero que diga que no son tan malos?) y que da título al disco, da la impresión de que el disco empieza realmente con la quinta canción, Hay partida, que solamente con el título y la primera estrofa, «He venido a beber y escribir, he venido a coger lo que es mío, por eso estoy aquí, te marca lo que es el disco, un disco en el que se apuesta por el rocanrol -como decían Más Birras– como único modo de seguir la partida.
Hay muchas más canciones soberbias en el disco -con diecisiete canciones es fácil-, como la espectacular versión a lo Leonard Cohen del clásico de Diego Vasallo La vida te lleva por caminos raros, que Quique americaniza y domina a la perfección, o alguno de los medios tiempos que recorren el disco -quizá herederos de «Kamikazes Enamorados»- como Los desperfectos, acústica y desolada a partes iguales.
La voz de Quique, unas veces susurrante y casi nunca rabiosa, tiene la novedad esta vez de unos preciosos y algo efectistas quiebros de voz con los que recita sus letras, en las que ha conseguido hacer de los defectos virtudes, logrando ya una poética -tan manida como efectiva- completa, poblada por ferias, coches, boxeadores y hoteles que no rechina en (casi) ningún momento.
En la contraportada de las hojitas con las letras, una foto de un montón de discos desordenados, nueva pista para saber por dónde van los tiros. En el centro, la caja «Texas Troubadour de Townes Van Zandt, un par de discos más arriba la edición compartida de «GP» y «Grievous Angel» de Gram Parsons, y, en la cima de la torre, «Abbey Road». Hagan juego, señores.