Texto publicado en PopMadrid el 19 de julio de 2007
En el momento en que uno se sorprende a sí mismo en una tienda echando un vistazo a los discos de los sesenta de Julio Iglesias es que algo pasa, que alguna frontera hemos cruzado sin darnos cuenta. Es la frontera de la música ligera, que para ocultar nuestra vergüenza camuflamos bajo nombres indie-rimbombantes como easy-listening o soft-pop, pero que es eso, música ligera. Está claro que, como en todos los estilos musicales, hay niveles, y no son lo mismo Bertín Osborne y Luis Cobos que Astrud Gilberto y Esquivel, pero vamos, no los veo tan lejanos. Por ello me parece un género en el que es muy difícil saber si sobrepasas el límite que te lleva al ridículo, algo que existe menos en el rocanrol, ya que si dices que te gusta Jarabe de Palo la gente simplemente te desprecia pero no te trata como si tuvieras el mismo gusto musical que Lina Morgan, a quien seguro le encanta Bertín Osborne. Posiblemente ese límite es el que pasamos ayer los que fuimos a ver a José Feliciano.
Está claro que el concierto hubiera sido mucho mejor en el Casino de Torrelodones, pero el Teatro Eslava tampoco está mal con todos sus dorados. Salió al escenario Mr. Feliciano acompañado de dos horripilantes teclistas verbeneros, una bajista que parecía Joe Strummer, un batería y un percusionista sacado de Los Soprano; entre todos formaban la orquesta de verbena más perfecta que yo haya escuchado. El público, como bien dice fernandoleon, lleno de latinos -ya fueran turistas o madrileños-, divorciadas, caracolillos y dos o tres roqueros de paladar exquisito que se lo pasaron en grande.
El concierto tuvo varias partes diferenciadas, la mejor y más brillante, la de los clásicos del rocanrol, de donde destaco el clásico de Bill Withers Ain’t No Sunshine, que abrió el concierto, un fantástico instrumental del Billie Jean de Michael Jackson y el inolvidable encadenado de California Dreamin’ con Light my Fire. De la otra parte, la hispana, muy bueno el popurrí de boleros clásicos y la versión de Samba pa ti, con un emocionado recuerdo a los demócratas presos en Cuba, y horrorosas, las canciones compuestas por el propio Feliciano y la inevitable Oye cómo va, quizá la peor canción de todos los tiempos, incluso peor que los grandes clásicos verbeneros de Georgie Dann.
Para terminar el concierto, el famoso y buenísimo Che será, que abajo pongo en su versión italiana en el Festival de San Remo del año 71. Me lo pasé genial.