Texto publicado en SPEND IN en diciembre de 2013
Al mismo tiempo que los vorticistas, con su capitán Wyndham Lewis a la cabeza, estaban entretenidos disfrutando de su eterna juerga vanguardista, hasta que vino la Gran Guerra a llevarse a alguno de ellos por delante, y el público llenaba los teatros para ver obra maestra tras obra maestra del cine mudo de aquel mago londinense llamado Charles Chaplin, se creaba en el Reino Unido una de esas marcas comerciales míticas que están llamadas a durar toda una vida y que nunca van a languidecer, o eso desearíamos, debido a la calidad y a la belleza del producto ofrecido, en este caso automóviles deportivos. Aston Martin es el nombre de esta joya de la corona británica.
Y qué mejor regalo puede darse una marca de coches que eso, un nuevo diseño. Así que los ingenieros se han puesto manos a la obra, y en Aston Martin hay mucho de trabajo manual, y les ha salido un estupendo bólido llamado CC100 Speedster Concept, un prototipo con motor de 6 litros y 12V que han llevado a correr en su presentación al mítico Nordschleife de Nürburgring, circuito que muchos gamers podríamos hacer a ciegas, y mira que es complicado con sus más de 20 kilómetros, por nuestra experiencia de noches en vela corriendo en el Gran Turismo de la PlayStation, aunque nada me gustaría más que algún día arrancar un Aston Martin -el modelo no importa, todos son perfectos, como los discos de Nick Drake– y dar una vuelta a ese endiablado trazado. La primera vuelta la dio el CEO de Aston Martin, Ulrich Bez, que para eso es el jefe, compitiendo contra -agárrense- Sir Stirling Moss a bordo del DBR1 con el que ganó en 1959 las 24 horas de Le Mans. El DBR es el coche más bonito de la historia y es el coche que cualquier niño dibuja sin querer cuando le pides que pinte un coche de carreras, es un diseño tan clásico que ya está metido como un pequeño add-on en el cromosoma humano.
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