Texto publicado en SPEND IN en septiembre de 2014
Por muchas veces que se hayan leído las novelas de Baroja y Unamuno ambientadas en las Guerras Carlistas es difícil imaginarse el Bilbao de hace 175 años, además de que las novelas de ambos genios no van tan atrás en el tiempo y se quedan treinta años después, en la Tercera Guerra; aunque a nuestros ojos dos siglos posteriores mucha diferencia no haya entre ellas. Nada más y nada menos que en 1839 un grupo de vecinos de la capital vizcaína decidió buscarse un lugar de esparcimiento a imagen y semejanza de los ya conocidos clubes ingleses y crearon la Sociedad Bilbaína, un lugar suyo y acogedor donde leer, conversar, jugar a las cartas y al billar. Lo dice bien claro el primer punto de los estatutos de 1839: “La Sociedad tiene por objeto la lectura y el recreo”. Y cumpliendo esa máxima siguen casi siglo y medio después, fomentando la cultura y el ocio en su ciudad. Máximo de Aguirre, principal impulsor de la Sociedad, estaría sin duda orgulloso de su obra, porque ya con cerca de dos siglos de existencia ésta continúa siendo un centro de recreo y esparcimiento donde prima la bilbainidad y la convivencia. Germán Barbier, actual Presidente dice lo mismo con otras palabras al proclamar que “como bilbaíno supone un orgullo presidir una institución tan bilbaína como lo es nuestra Sociedad. Pero lo que más me supone es responsabilidad: responsabilidad por dar continuidad y relevancia a una institución tan nuestra y responsabilidad por acertar en los cambios que obvia e ineludiblemente debe afrontar nuestra Sociedad”.
Inquietos y modernos, se ponen manos a la obra, si llega el alumbrado de gas a Bilbao, al año siguiente ya lo tienen instalado en el edificio de la plaza Nueva, donde tuvo su sede la Sociedad Bilbaína sus primeros cien años de vida. Curiosamente, en un principio en los salones del centro únicamente se podía beber y los socios tuvieron que esperar veinte años para que se pudiera comer en el restaurante; a partir de ahí han sido fieles a la gastronomía, cultura tan arraigada desde siempre en el Muy Noble y Muy Leal Señorío de Vizcaya, organizando todos los años la serie Grandes Maestros de la Cocina, donde cada encuentro invitan a un restaurante de reconocido prestigio de la nacional o internacional para presentar a los socios lo mejor de su repertorio culinario.
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Del pintor bilbaíno Ignacio Goitia podrán decirse infinidad de cosas buenas y también algunas malas pero lo que está claro es que desde pequeño ha sabido lo que quería hacer de mayor, ser pintor y dedicar su vida al arte, “durante los años del colegio ya tenía claro que quería estudiar Bellas Artes, incluso a veces sentía que todo ese tiempo de infancia y adolescencia no era más que un mero trámite para llegar por fin a la universidad donde me dedicaría a estudiar y aprender todo aquello que realmente me apasionara”. Esto es lo que se llama tener vocación.
«¡Yo te niego el Nidus!” era una frase recurrente en cada episodio de una serie televisiva de los años ochenta del siglo pasado llamada Dentro del laberinto en la que tres niños buscaban en unas cuevas laberínticas el dichoso Nidus que una malvada bruja siempre les negaba. He buscado en Google para recordar la serie y tentado he estado de darle a YouTube y ver un episodio, pero Joaquín Sabina, por una vez en su vida, tiene razón y gracias a él he recordado que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” y no le he dado al play.
Hay pocos nombres más míticos que Leica para los aficionados a la fotografía, salpicando su leyenda incluso a los que tenemos como únicos fundamentos fotográficos la Polaroid que nos regalaron en nuestra Primera Comunión y que tenemos colgada del perchero a la entrada de casa junto a una chaqueta de chándal y la medalla de un torneo de pádel del que quedamos finalistas los Gemelos Fantásticos.