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El hombre perdido, Ramón Gómez de la Serna (Editorial Poseidón, Buenos Aires, 1947)

Texto publicado en ÇhøpSuëy el 19 de abril de 2015

Un año antes de que Ramón publique Automoribundia, la mejor autobiografía de la historia de la literatura, se edita El hombre perdido, que es la mejor novela escrita en español en el siglo veinte, aunque ambos libros en realidad sean uno.

Es fácil imaginarse a Ramón escribiendo Automoribundia de noche en su despacho en Buenos Aires mientras se proyecta astralmente y vaga por la ciudad buscándose a sí mismo, viviendo su novela entre nieblas y mujeres, buscando refugios donde pasar las noches, discutiendo con berenjenas, huyendo con humor de su cáncer y de sus tristezas, de sus miedos. Con el mapa en blanco, como todo hombre perdido.

El hombre perdido es “el café al que ir cuando nos horrorizan todos los cafés”. Háganse el favor de leerla si se la cruzan, que Ramón y esta novela lo merecen.

Las mil y una Colette

Texto publicado en SPEND IN en marzo de 2014

En 1924 Ramón Gómez de la Serna escribe el prólogo de Querido. Novela pasional, la traducción al español de la famosa novela Chéri de la escritora francesa Colette, libro clave en la trayectoria de esta gran mujer que cabalgó sobre todo y sobre todos en su desaforada vida. Ese mismo año Colette se divorcia de su segundo marido mientras mantiene un sonado affaire con el hijo de éste, que era treinta años menor que ella, algo que el propio Ramón hizo cinco años después al liarse con la hija de su compañera de tantos años la también escritora Colombine. Roaring twenties en estado puro.

Bastantes años habían pasado desde que Colette abandonara su Borgoña natal para vivir en París justo en el momento en el que había que estar allí, años que ocupó escribiendo la fantástica serie de novelas belle époque protagonizadas por Claudine y manteniendo sonoras relaciones lésbicas aunque también hetero, como la que mantuvo con ese otro marciano llamado D’Annunzio. En los ratos libres que le quedaron se casó y divorció, tuvo una hija a la que no hizo ni caso en toda su vida, convirtió durante la Gran Guerra la residencia de su marido en Saint-Malo en un hospital militar o se paseó por París con un collar de perro al cuello como la buena punki avant la lettre que era para demostrar orgullosamente que tenía dueña -esto último según la imaginativa biografía ramoniana-.

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