Texto publicado en PopMadrid el 13 de noviembre de 2007
La obra de La casa azul daría para varias tesis, más que por el contenido de sus canciones, por la incomprensible locura que suscitan sus conciertos o por la expectación que se crea con cada nuevo disco que edita. De este último disco, ”La revolución sexual”, se lleva hablando semanas sin haberlo oído, fundamentando los seguidores una supuesta evolución de la temática de las canciones en unas simples fotos de promoción. Pocos grupos hay en España que puedan decir lo mismo; eso es algo que suele suceder en Gran Bretaña, donde si uno de los componentes de Arctic Monkeys se deja bigote, inmediatamente la prensa se rasga las vestiduras.
”La revolución sexual” es un disco 100 % La casa azul, no se ve por ningún lado -gracias a Dios- que, como si bailara correctamente un chotis, se haya movido de baldosa en su concepción musical. Tras las primeras escuchas resultan mucho más agradables y adictivas las canciones más bailables, en las que barre totalmente de la pista a Jamiroquai, como la que da título al disco, irresistible en todo momento, o Esta noche sólo cantan para mí. Esas son las canciones en las que Guille se muestra más cómodo y deslumbrante, acercándose a veces, como en Chicos malos o Mucho más de lo normal, a lo mejor del Carlos Berlanga más reposado y más lúcido, pero, claro, a semanas luz todavía de componer algo tan perfecto como Si no es por ti.
Por el contrario, como en los otros dos discos de LCA, las canciones de pop rápido -véase Prefiero no o Mis nostálgicas manías– nunca llegan a enganchar como las del tipo antes mencionado o en las que, arrimándose más a los sesenta, casi metido en la piel de Alejandro en ”En el club”, como en La Gran Mentira, borda, sin inmutarse, las canciones.
La increíble capacidad de Guille para crear himnos no ha disminuido ni un ápice, esta vez con una cosecha de doce, de la por lo menos cuatro se convertirán en pequeñas obras maestras. Todos a bailar.