Texto publicado en SPEND IN en marzo de 2014
En 1924 Ramón Gómez de la Serna escribe el prólogo de Querido. Novela pasional, la traducción al español de la famosa novela Chéri de la escritora francesa Colette, libro clave en la trayectoria de esta gran mujer que cabalgó sobre todo y sobre todos en su desaforada vida. Ese mismo año Colette se divorcia de su segundo marido mientras mantiene un sonado affaire con el hijo de éste, que era treinta años menor que ella, algo que el propio Ramón hizo cinco años después al liarse con la hija de su compañera de tantos años la también escritora Colombine. Roaring twenties en estado puro.
Bastantes años habían pasado desde que Colette abandonara su Borgoña natal para vivir en París justo en el momento en el que había que estar allí, años que ocupó escribiendo la fantástica serie de novelas belle époque protagonizadas por Claudine y manteniendo sonoras relaciones lésbicas aunque también hetero, como la que mantuvo con ese otro marciano llamado D’Annunzio. En los ratos libres que le quedaron se casó y divorció, tuvo una hija a la que no hizo ni caso en toda su vida, convirtió durante la Gran Guerra la residencia de su marido en Saint-Malo en un hospital militar o se paseó por París con un collar de perro al cuello como la buena punki avant la lettre que era para demostrar orgullosamente que tenía dueña -esto último según la imaginativa biografía ramoniana-.
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Si para
Hemos escuchado tantas veces la cantinela de los self-made man estadounidenses que casi preferimos que el lobo se meriende las ovejas de Pedro antes de hacer caso al enésimo emprendedor que llama a nuestra puerta, pero es que son reales, como lo son casi todas las leyendas norteamericanas, los policías gordos, la familia del Medio Oeste que recibe al estudiante de intercambio con camisas con las barras y estrellas estampadas, los sombreros de cowboy, las rubias californianas, etc. La lista es interminable… ¿Habrá de verdad caimanes en las alcantarillas de Nueva York?
Al mismo tiempo que los vorticistas, con su capitán Wyndham Lewis a la cabeza, estaban entretenidos disfrutando de su eterna juerga vanguardista, hasta que vino la Gran Guerra a llevarse a alguno de ellos por delante, y el público llenaba los teatros para ver obra maestra tras obra maestra del cine mudo de aquel mago londinense llamado Charles Chaplin, se creaba en el Reino Unido una de esas marcas comerciales míticas que están llamadas a durar toda una vida y que nunca van a languidecer, o eso desearíamos, debido a la calidad y a la belleza del producto ofrecido, en este caso automóviles deportivos. Aston Martin es el nombre de esta joya de la corona británica.
Desde Barcelona para el mundo cuarenta años contemplan ya al Grupo Lamadrid, cuatro décadas en las que esta empresa lleva embelleciendo con sus telas casas, negocios y hoteles, haciéndolos acogedores y con personalidad propia ya que tratan a cada cliente de una forma independiente, personalizada, analizando sus características y sus necesidades para cubrírselas con sus telas y papeles pintados. Llevan toda una vida sin defraudar a sus clientes, amigos ya en muchos casos.

