Texto publicado en PopMadrid el 16 de septiembre de 2007
El viernes me pasé por la pelota roja de Nouvel para ver al grupo noruego de música electrónica Alog. Nunca los haba oído y no sabía qué iban a hacer. Al entrar y ver los instrumentos colocados en el escenario ya se daba uno cuenta de que el concierto no iba a tener nada que ver con lo que uno supone que tiene que ser un concierto electrónico; menos un par de ordenadores, el resto de los instrumentos -un órgano desvencijado, una guitarra, un ukelele, una radio, y distintos xilfonos y vibráfonos caseros hechos con viejos altavoces- eran de madera.
Salieron los tres Alog a tocar, uno el ordenador (a darle al enter) y los otros dos a repartirse las percusiones. La música, sin melodía, improvisada, atronadora, computerizada, otoñal, fría, con bastante sentido del humor pero sin llegar a las payasadas de Les Luthiers, a veces me atrapó de verdad. Fue como una versión electrónica de los conocidos cantos de las ballenas, como poner al amanecer en medio de un bosque un viejo casete de los ochenta con una cinta de cantos de ballenas a todo volumen, mientras los pájaros carpinteros comienzan con su rutina diaria.
Un buen concierto, a ratos fascinante y a ratos desconcertante, de esos que nunca sabes si es todo superprofundo y eres idiota o te están tomando el pelo y los idiotas son ellos. En algunas canciones eché de menos en el grupo a Miliki con sus vasos de agua.
Ahí va uno de sus últimos vídeos, Son of King:
Quizá Dogo y los Mercenarios pasen a la historia por una canción, El Polígono Sur, canción que solita demuestra que todo el último disco de Los Planetas es una obra muy menor, y que todos los pobres raperos sevillanos y sus presuntas letras sociales son lo que son, nada.
El primer disco de BB Sin Sed lo escuché durante un tiempo sin parar, y su calidad hizo que me comprara su decepcionante segundo disco, «Sed de sed», e incluso un tercero, el mucho mejor «Casa 12». Estos días he estado repasándolos. En internet, claro, están desaparecidos.
En el momento en que uno se sorprende a sí mismo en una tienda echando un vistazo a los discos de los sesenta de Julio Iglesias es que algo pasa, que alguna frontera hemos cruzado sin darnos cuenta. Es la frontera de la música ligera, que para ocultar nuestra vergüenza camuflamos bajo nombres indie-rimbombantes como easy-listening o soft-pop, pero que es eso, música ligera. Está claro que, como en todos los estilos musicales, hay niveles, y no son lo mismo Bertín Osborne y Luis Cobos que Astrud Gilberto y Esquivel, pero vamos, no los veo tan lejanos. Por ello me parece un género en el que es muy difícil saber si sobrepasas el límite que te lleva al ridículo, algo que existe menos en el rocanrol, ya que si dices que te gusta Jarabe de Palo la gente simplemente te desprecia pero no te trata como si tuvieras el mismo gusto musical que Lina Morgan, a quien seguro le encanta Bertín Osborne. Posiblemente ese límite es el que pasamos ayer los que fuimos a ver a José Feliciano.
Estos meses de verano tengo en mi casa un tocadiscos y estoy repasando algunos discos que hace años no escuchaba, como los dos que tengo de Las Ruedas.
Ayer tomando unas cañas por Lavapiés con unos amigos, mientras uno de ellos hablaba de la diferencia entre las celebraciones de la muerte en México y Nueva Orleáns, se nos apareció en la acera Josele Santiago, Dios y Hombre Verdadero. Daba pasos pequeños con su bastón, paseando cual Baroja, con la camisa abierta hasta el ombligo, rodeado por un par de anónimos apóstoles que le protegían.
Está causando sensación por internet una version del clásico My Generation, de The Who, hecha por un grupo de ancianos británicos para un documental de la BBC, llamado «The Great Granny Chart Invasion», realizado para llamar la atención sobre el abandono y desprecio que a veces sufre la gente mayor. El grupo se llama The Zimmers, y la versión no está nada mal. Ahí va el vídeo:
Asqueado en las tenues noches de Estocolmo por el monopolio de heavy de uñas pintadas de la MTV, en el hotel donde se hospedaron The Beatles cuando todavía no habían arruinado su carrera dejándose bigote, mi hermano Miguel rebusca idioteces en YouTube, y encuentra un interesante mashup (dícese de la típica estafa que practican los raperos consistente en meter la línea de bajo de un éxito de los ochenta para por encima decir sus bobadas) de Christina Aguilera –Genie in a Bottle– y The Strokes –Hard to Explain– llamado A Stroke of Genius, realizado por The Freelander Hellraiser, músico británico que también tiene otros mashups interesantes con Kylie Minogue y New Order, por ejemplo.